La indeterminación del metaverso

Últimamente, he leído y escuchado muchas cosas sobre el Metaverso (o por decir, los Metaversos, pero para facilitar la lectura y la comprensión hablaremos en singular). Incluso he oído esta palabra ya en conversaciones y comunicaciones que nada tienen que ver con su ámbito propio, como las noticias deportivas, o la crítica de cine. Y si algo he sacado en claro es que hasta ahora nadie puede dar una definición exacta de lo que es este fenómeno imparable que se nos echa encima. Pero quizás sí podamos hacer alguna aproximación negativa que nos aclare las ideas.

Escribir sobre América hubiera sido muy difícil en el siglo XV, y ya no digamos en el siglo XIV. Ni siquiera era fácil escribir sobre ella inmediatamente después del Descubrimiento, porque en Europa no se sabía bien ni con certeza qué era lo que se había encontrado. De hecho, el mismísimo Colón pensaba que había llegado a las Indias, y lo siguió pensando durante bastante tiempo.

De igual forma, escribir sobre el espacio y la conquista espacial no era sencillo en el siglo XIX, aunque Julio Verne lo intentara, con su capacidad para hacer creíble lo increíble, y visible lo imaginado. Ni siquiera era fácil escribir sobre ello después de poner el pie en la Luna.

Lo mismo pasa con el Metaverso. ¿Qué es en realidad? Porque es un concepto que está entrando en nuestras casas, y con el que nos estamos topando cada vez en más sitios, pero no creo que haya nadie que todavía pueda abarcarlo en su totalidad ni comprenderlo en su esencia. En realidad, todos tenemos una noción vaga de ello gracias al cine o a las conversaciones barra de bar, pero el concepto es mucho más complejo. Tanto, que ya está empezando a rodearnos, sin que nos demos cuenta.

Ante todo definamos lo que no es: el Metaverso es un mundo, pero no es el mundo real, físico. Hasta aquí, parece evidente. Pero hay otras cosas menos evidentes: el Metaverso incluso una ambiciosa aspiración a complementar, e incluso a sustituir, o a comprender dentro de sí, el mundo real. Es decir, ya estamos viendo cómo hay empresas que se están planteando ofrecer sus servicios no en el lugar de trabajo o en el centro de comercio, sino directamente en el salón de la casa del cliente, a través de medios técnicos que le permitan «introducirlo» en el propio servicio a distancia.

Por ejemplo, imagínense ustedes que pueden ver, oír y casi sentir un partido de fútbol, o de NBA, en el sillón de su casa, mediante una experiencia «inmersiva» que reproduzca la que se produce dentro del estadio. Allí podrían ustedes no solo ver, oír y sentir el espectáculo, sino también, por ejemplo, comprar artículos relacionados con su club favorito, intercambiar opiniones con otros aficionados, o incluso comprar bebidas virtuales o encargar comida desde la aplicación, que otra empresa le llevará directamente a su casa. Por ello, el Metaverso no es la vida física, pero aspira a fundirse con ella.

Khabib Nurmagomedov y Max Holloway luchando en la primera pelea de la UFC en ser retransmitida y celebrada en Realidad Virtual

Vamos a dar un paso más: El Metaverso tampoco es (solo) criptomonedas. Hay quienes creen que se reduce al mundo de las criptomonedas y el intercambio de paquetes de archivos. Pero decir esto sería como no decir nada, porque estas criptomonedas no son más que paquetes de archivos, y eso es precisamente lo que hace Internet en general y en todas sus facetas: compartir paquetes de información. El Metaverso se identificaría, en el fondo, con el propio internet, o con un uso del mismo, que sería el monetario, distinto así de otros usos, como el académico, el de entretenimiento o el sexual, que deberían tener, pues, sus propias denominaciones. Pero el Metaverso es algo mucho más amplio que un mero uso, porque pretende abarcarlo todo, incluso el propio internet. De tal manera que podríamos pensar en experiencias «metaversales» off line, o al menos producidas dentro de una «burbuja de red», aunque parezca contradictorio en sí mismo. Pero esto sería una especie de privilegio, un añadido, que podría comprarse y venderse, y podría aplicarse a todos los mundos y usos: desde las reuniones de trabajo, hasta los encuentros sexuales virtuales. En realidad, es previsible pensar que uno de los sectores en que se desarrollará más cualquier virtualidad del Metaverso será en el de los servicios sexuales.

¿Cómo cambiará el metaverso el modo de vivir las relaciones amorosas?

El Metaverso tampoco es (solo) la realidad virtual. No debe confundirse con algo que sería una parte, y no el todo. Lo mismo que los videojuegos no se reducen a Mario Bros, o Internet no se reduce a Wikipedia o Google, tampoco el Metaverso se reduce a una experiencia de realidad virtual. La contiene, pero no se reduce a ella, sino que la supera. En realidad, es muy posible y probable que la realidad virtual constituya una pieza imprescindible dentro del desarrollo del Metaverso, pero no es suficiente. Habrá un desarrollo del Metaverso enderezado hacia las experiencias virtuales cada vez más reales e intensas, claro está, pero por ahora esta tecnología necesita mucho más perfeccionamiento, y el Metaverso está inclinándose hacia el avance en comunicaciones basadas en operaciones que no precisan de manera ininterrumpida de la intervención humana, como es el minado de criptomonedas o el cálculo cada vez más complejo de operaciones. La realidad virtual será solo una zona más de esta verdadera «esfera de realidades» en las que nos envolverá el Metaverso. Puede que termine siendo la más espectacular, incluso la más «doméstica» (algún día, todos tendremos un equipo en casa), pero el Metaverso va mucho más allá. Lo que sucederá, eso sí, es que la realidad virtual será la puerta de muchos para entrar en ese Metaverso que nos ofrecerá miles de oportunidades en términos de «experiencias»: desde pasear por el supermercado virtualmente e ir eligiendo los productos que queremos que nos envíen a casa, hasta charlar con un asistente virtual con cara y ojos que busque por nosotros un lugar de vacaciones.

El Metaverso tampoco es (solo) Internet. Está en Internet, pero es más y a la vez es menos. El Metaverso es algo distinto a una red inmensa de ordenadores conectados entre sí en plan de «igualdad». En realidad, el Metaverso pretende crear algo totalmente diferente, hacer que lo que se conecten no sean solo los ordenadores, sino también las personas; que no solo haya intercambio de datos, sino «inmersión» en el código de un servidor (y en este sentido, no podríamos hablar de «igualdad»). Precisamente por esto, el Internet que conocemos y el Metaverso son diferentes. Algún día todo Internet llegará a estar en el Metaverso, probablemente, pero por ahora hay muchas cosas y partes de Internet que no lo están. Internet es condición imprescindible, quizás, pero no suficiente. El Metaverso aspira a controlar Internet, pero la tendencia contraria también existe. Esto no es extraño: Internet es mucho más amplio que lo que habitualmente usamos en nuestra vida o en nuestro trabajo. Hay millones de personas continuamente conectadas, y muchas capas o niveles dentro del mismo. Toda la información disponible en ella supone un potencial casi inabarcable, pero ciertamente apetecible. Aquellas corporaciones que aspiran a poner el pie en el Metaverso están, obviamente, diseñando sistemas para controlar todo el flujo de información que corre por Internet, porque esta información no solo es necesaria para el funcionamiento de los sistemas, sino que en sí misma un valor económico. Es un elemento de poder. Y el Metaverso aspira a ese poder, aunque todavía sea a nivel «privado» y particular. Por ello, la pugna entre el Internet «neutral» y el Metaverso, que será todo menos neutral, es la guerra larvada de este siglo XXI tecnológicamente. Una guerra en la que nos va mucho a los ciudadanos del mundo entero, porque también nuestra libertad, nuestra privacidad y nuestra seguridad está en juego.

El Metaverso tampoco es un fenómeno espontáneo e inocuo. Se trata, más bien, de un instrumento de un poder incalculable, que se asienta y sirve sobre otro cuya influencia sobre la sociedad humana es, como mínimo, indubitable, como es Internet. Como ya hemos dicho, se producirá (ya está produciendo) una verdadera guerra por el control del Metaverso, en la que intervendrán no solo las grandes corporaciones empresariales, sino también los Estados (y esto elevará el tono de la guerra mucho más que ninguna otra cosa).

Por supuesto, la reacción de lo que daremos en llamar «sociedad libre» (como concepto ideal, no real), determinará en gran medida el atrevimiento de las corporaciones y de los Estados a la hora de introducir sus peligrosas manos en el control de todo este sistema tecnológico que nos envolverá por todas partes y condicionará, por ejemplo, nuestros hábitos de consumo. Su relevancia en nuestras vidas será muy elevada. Imagínese usted de nuevo ese paseo virtual por nuestro supermercado favorito. Va usted andando por él, creyéndose literalmente dentro del mismo. Atraviesa, por ejemplo, el pasillo de las salsas (siempre me han gustado mucho las salsas). Como sucede en los supermercados reales, la posición de los productos en las estanterías tendrá mucho que ver (aunque no se dé cuenta) con sus elecciones. Si una empresa produce, por ejemplo, tomate frito, y quiere estar en esas estanterías virtuales, deberá adaptarse a las condiciones (probablemente inflexibles) que ponga el organismo que controle de facto su paseo virtual, que en muchos casos usted ni siquiera sabrá quién es ni de dónde es. La diferencia con la realidad es que, si usted no quiere comprar en ese supermercado, puede coger el coche e ir a otro. Pero, ¿y si en su Metaverso particular no hay otro supermercado? Piénselo.

Quién controle esa tecnología, cómo ejerza su control y desde dónde será algo trascendental, que en cierta manera podrá tener una gran incidencia no solo en su vida particular, sino en países enteros. Tendrá que desarrollarse todo un cuerpo jurídico de reglas sobre la tenencia y uso de estas tecnologías. Incluso es probable que pronto tengamos que asistir a la firma de tratados internacionales. La protección de las libertades públicas, de los derechos fundamentales y de las democracias no pueden ser ajenas a este fenómeno, que en las manos equivocadas podría amenazar nuestras convicciones y nuestra forma de vida, además de la paz internacional.

Por último, y lo más importante, el Metaverso no está definido todavía. No se reduce a los NFT, ni al blockchain, ni a las criptomonedas, ni a la realidad virtual, ni a la realidad aumentada, ni a la inteligencia artificial… los contiene y al mismo tiempo los trasciende. Pero qué sea y qué llegue a ser, todavía es pronto para saberlo. Dependerá mucho del avance de la tecnología, especialmente de las capacidades de ancho de banda y de los accesorios que puedan añadirse a los PC y a los smartphones. Es posible que cambie nuestra forma de ver el mundo, nuestra forma de trabajar, de invertir, de jugar en línea, de relacionarnos, de entender el arte, de archivar nuestros datos, de mercadear… Ya está aquí con nosotros, pero todavía no se ha definido del todo.

Nadie puede decir aún «El Metaverso es esto», porque nuestro lenguaje es cambiante y vago, y porque el concepto mismo está abierto a futuras concreciones. Lo único que sabemos es que, igual que en Tim Berners-Lee cambió las reglas del juego de la informática introduciendo el hipertexto en internet, y desde entonces nuestras páginas webs no pueden entenderse sino como enlaces «enlazados» en una cadena que parece no tener fin; o como Miyamoto revolucionó el mundo de los videojuegos cuando creó de la nada Donkey Kong siendo un simple becario en 1981 (y de paso, rescatando a Nintendo de la nada), de la misma manera, hoy nos encontramos con la puerta hacia un campo nuevo por explorar, que por sus posibilidades y la capacidad de situarse más allá de lo que hasta ahora nos era familiar, hemos llamado, quizás de forma algo grandilocuente, «Metaverso»; y, con miedo e ilusión a la vez, adivinamos que, sea lo que sea, acabará por cambiar todo lo que conocemos.

Hasta ahora, es poco lo que podemos decir. Demasiado poco. Demasiadas preguntas. Demasiadas incógnitas. Y un avance rapidísimo que seguramente hará que las pocas certezas de hoy parezcan estupideces u obviedades infantiles mañana (puede que esta misma noche).

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